Una vez un cliente, llamémosle José, me digo que soy una bruja. Una bruja, sí, pero de las buenas.
Llegaba a las sesiones super agobiado, a veces furioso consigo mismo y con el mundo. Tenía un problema negro, muy negro, era horrible.
A veces el problema le quitaba el sueño y otras lo mantenía preocupado gran parte del día, aunque no tenía el problema delante, no conseguía quitárselo de la cabeza, estaba con el “run run”.
Otras muchas veces su problema solo era una incomodidad, una molestia constante como cuando se te mete una china en el zapato.
Al principio notas la china y te molesta, intentas quitarla. Te descalzas, pasas la mano por tu planta del pie, sacudes el zapato y te lo colocas. Empiezas a andar bien y…
– ¡No está! -te dices-
Pero después de unos cuantos pasos la vuelves a notar. Tienes prisa y decides seguir adelante, con china y todo, terminando por acostumbrarte a ella.
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Luego te acuerdas de lo bien que caminabas antes, sin la china, te revelas y la vas a buscar de nuevo.
Vuelves a descalzarte, sacudes tu pie, sacudes el zapato bocabajo, y hasta repasas todo su interior con tu mano por si se ha quedado pegada.
¡Maldita china! No consigues encontrarla. Piensas que igual la gravedad ha hecho su efecto y, aunque tu no la notas, seguro que se ha caído fuera.
Empiezas de nuevo a andar, ahora con algo de desconfianza “a ver si sigue” y…
¡Ahí está!, es tan pequeña que no hay forma de dar con ella.
Al final te acostumbras de nuevo y llega el momento que te da igual… La china empieza a formar parte de tu zona de confort, te molesta, pero cuesta más trabajo pelear con ella para quitarla que seguir caminando.
La china y José; José y la china.
Y José sigue sin dar con ella, por más veces que la trata de quitar, va con él a todas partes. Lo peor de todo es que lo intenta por activa y por pasiva, y nada… que no hay forma.
Llegado este punto es cuándo José me contaba que empieza a sentirse incapaz, sin recursos. ¡Cómo una china tan pequeña está pudiendo con él!
Entonces llega al despacho, empezamos a hablar, empiezo con mis hechizos, como dice José, que en realidad es una pregunta y otra y otra y…
¡Ocurre la magia!
Resulta que a José se le ocurre que podría mirar dentro del calcetín.
Desde luego, no es algo que José desconozca. Todos sabemos que esas pequeñas chinas que, a veces, se nos meten en el zapato, pueden también colarse entre las fibras del calcetín y quedarse ahí pegaditas. Pero… ¡Estamos tan ocupados viviendo que se nos olvida!
Por todo esto José me llama bruja, y no me importa, hasta me parece bonito, como de cuento.
Él viene a las sesiones con un problema negro, muy negro, y se va con un nuevo horizonte antes sus ojos: encuentra una posible solución (a veces varias).
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Luego queda el camino de aplicarlas. Las soluciones, claro. Y José dice que, aunque a veces en el momento da vértigo, le resulta divertido.
Es maravilloso notar esa sensación de libertad. Después de todo el día caminando con una china en el zapato ¡Consigues deshacerte de ella!
Es apasionante ir consiguiendo metas y darte cuenta que tú puedes.
Descubrir que has resuelto un problema, cualquiera que sea, y gracias a eso tu vida es ahora un poquito mejor te hace sentir poderoso.
He querido que conozcas la historia de José porque cuando me contó que explicaba a sus amigos que tenía sesiones con su bruja y el porqué hacía eso, además de echarnos unas risas juntos, se me encendió una bombillita. Me parece una forma tan sencilla de explicar los beneficios del coaching, que lo siguiente fue pedirle permiso para publicar estas líneas.
En Relacion-Arte entendemos Coaching como la manera de ayudar al coachee -o cliente- a encontrar la respuesta en sí mismo. Es un reto divertido, un desafío. Es sentirte, a veces, en el precipicio, pero seguro porque estás acompañado. Es descubrir tus recursos, tus habilidades. Es superación personal, empoderarte, crecer… Es aceptación a la vez que inconformismo: aceptas aquello que no está en tu mano cambiar y te ocupas de cambiar lo que si puedes y no te gusta. Es cambiar tus preocupaciones por ocupaciones. Es aprendizaje, una continua mejora. Es mejorar la comunicación contigo mismo y con los demás. Desarrollar tu empatía. Es ampliar tu perspectiva para poder darte cuenta de más cosas. Entender tus creencias y valores, qué son y porqué están ahí…
Y todo esto ya lo sabía Galileo Galilei, allá por los siglos XVI y XVII cuando dijo: “No se puede enseñar nada a un hombre; sólo se le puede ayudar a encontrar la respuesta dentro sí mismo.”
Coaching cubre el vacío que existe entre el lugar dónde te encuentras y al que quieres llegar. Sí, ese abismo que a veces parece insalvable. Lo hace a través del desarrollo de las habilidades necesarias para tener éxito y alcanzar tus metas, aumentando la consciencia, generando responsabilidad, construyendo autoconfianza…